domingo, 12 de abril de 2009

Hernández, Miguel. El niño yuntero.


Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecido.
.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador
.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina,
.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y preguntar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
.
Me da su arado en el pecho
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
.
Que salga del corazón
de los hombre jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández (1910-1942)


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