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jueves, 17 de septiembre de 2009

Felipe, León. Auswitz.

Estos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud
que hablen más bajo...
que toquen más bajo...
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín...
¡Oh, el gran virtuoso!
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío

que está ahí, desgajado de sus padres...
Y solo.
¡Solo!
aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante... tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, «gran cicerone»)
y eso vuestro de la Divina Comedia
fue una aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa... otra cosa...
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú... no tienes imaginación,
Acuérdate que en tu «Infierno»
no hay un niño siquiera...
Y ese que ves ahí...
está solo
¡Solo! Sin cicerone...
esperando que se abran las puertas de un infierno que tú, ¡pobre florentino!,
no pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa... ¿cómo te diré?
¡Mira! Éste es un rincón donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo.
¿Me habéis entendido poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud...
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo! ¡Chist!
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista...
y he tocado en el infierno muchas veces...
Pero ahora, aquí...
rompo mi violín... y me callo.

León Felipe (1884 - 1968)

(Escucha el poema en la voz de Berta Singerman. Impresionante)




Lee y escucha más poemas de León Felipe en

lunes, 3 de agosto de 2009

Jebeleanu, Eugen. Encuentro con Hiroshima


Tierra. Tierra muda. Muda
Con la piel quemada,
con el cuerpo desnudo.
Perdón mi Hiroshima.
Perdón por cada paso que golpea una llaga,
abre una cicatriz.
Perdón por cada mirada que, aun acariciando, duele.
Perdón por cada palabra que enturbia el aire
donde buscas a tus niños,
los pueblos de criaturas perdidos para siempre.
Tumba inexistente.
Viento, viento, viento, viento
y sus voces a penas resonando ahora,
más extinguidas día a día,
únicamente en el recuerdo.
¡Oh, cementerios inexistentes,
inexistentes de quererlos llorar!
No se les puede estrechar en los brazos...
¡Al menos una urna,
una tumba tan solo!...
¿Dónde están tus pequeños, Hiroshima?
Quizás en el océano de plata impasible...
Quizás en la infinita bóveda del cielo...
¿Dónde?
Acaso, acaso en esta misma tierra que yo piso...
Cada paso que doy lo doy con miedo...
Cada palmo de tierra oculta un catafalco...
Es como si la tierra que yo piso
Hubiera dado un grito: -¡Mamá...!
...

Eugen Jebeleanu (1911-1991)

(Escucha el poema en la voz de Berta Singerman)

domingo, 19 de julio de 2009

Singerman, Berta. Recita a Castro Saavedra.


Obituario de Berta Singerman (1901-1998)
Una entrevista y una recitación "en directo". Impresionante.



CAMINO DE LA PATRIA

Cuando se pueda andar por las aldeas
y los pueblos sin ángel de la guarda.

Cuando sean más claros los caminos
y brillen más las vidas que las armas.

Cuando los tejedores de sudarios
oigan llorar a Dios entre sus almas.

Cuando en el trigo nazcan amapolas
y nadie diga que la tierra sangra.

Cuando la sombra que hacen las banderas
sea una sombra honesta y no una charca.

Cuando la libertad entre en sus casas
con el pan diario, con su hermosa carta.

Cuando la espada que usa la justicia
aunque desnuda se conserve casta.

Cuando reyes y siervos junto al fuego
fuego sea de amor y de esperanza.

Cuando el vino excesivo se derrame
y entre copas vida se reparta.

Cuando el pueblo se encuentre y con sus manos
teja él mismo sus sueños y su manta.

Cuando de noche grupos de fusiles
no despierten al hijo con su habla.

Cuando al mirar la madre no se sienta
dolor en la mirada y en el alma.

Cuando en lugar de sangre por el campo
corran caballos, flores sobre el agua.

Cuando la paz recobre su paloma
y acudan los vecinos a mirarla.

Cuando el amor sacuda las cadenas
y le nazcan dos alas en la espalda.

Sólo en esa hora
podrá el hombre decir que tiene patria.

Castro Saavedra (1924-1989)

Más poemas de este autor en 

sábado, 4 de abril de 2009

Storni, Alfonsina. Tú me quieres blanca.


Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

Alfonsina Storni (1892-1938)