sábado, 31 de octubre de 2009

Bautista, Amalia. Cárcel de amor.


De todas las mujeres que has tenido
que me quieres a mí más que a ninguna
es lo que dices siempre. Sin embargo,
ellas pudieron compartir tu cama,

y a mí me has encerrado en este cuarto
en el que me visitas por las tardes,
me traes dulces y libros, y me hablas
de arte y literatura. Al despedirte

me das un paternal beso en la frente
y así hasta el otro día. Y yo me quedo
sola y me aburro. Y echo en falta un hombre.

Por eso no te extrañes, amor mío,
si vienes a mi celda por sorpresa
y me ves abrazada al carcelero.

Amalia Bautista (1962-)

viernes, 30 de octubre de 2009

Bousoño, Carlos. Algo en mi sangre...


Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.

Ven hacia mí. La tierra toda oscila,
se mueve, cruje. Vístete. Despierta.

Oh, qué encendida el alma
en su secreto puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del día,
mi voz te llama.
El eco. La respuesta.

De "Primavera de la muerte" 1946

Carlos Bousoño, (1923- )

Bousoño, Principe de Asturias de las Letras 1995

jueves, 29 de octubre de 2009

De la Vega, Garcilaso. "Cuando me paro a contemplar..."


Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por dó he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme,
si ella quisiere, y aun sabrá quererlo;

que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacerlo?

Garcilaso de la Vega (1501-1536)

miércoles, 28 de octubre de 2009

Anónimo. "Cuando me paro a contemplar..."

«Quando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los cuernos que en mi frente veo,
sigún tube de cuernos el deseo,
a tener más pudiera aver llegado.

No soi carnero yo, sino venado,
y aun toro de Jarama, sigún creo;
de cuernos quise hacer un rico empleo,
doblé el caudal y ansí gané un cornado.

Nazi debajo el signo Capricornio,
el qual me ynfluye su figura propia,
y diome el Aries al nazer un toque.

Y ansí quedé en figura de Unicornio,
y aora soi la misma cornucopia.»
Valdés lo dijo ai pie de un alcornoque.

Anónimo
(Aunque lo escribiera el tal "Valdés"...)

Sobre las versiones de
"Cuando me paro a contemplar mi estado..."

martes, 27 de octubre de 2009

Brines, Francisco. Causa del amor


Cuando me han preguntado la causa de mi amor
yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.
(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)
Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu
que siempre me mostraba en sus costumbres,
o en la disposición para el silencio o la sonrisa
según lo demandara mi secreto.
Eran cosas del alma, y nada dije de ella.
(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)

La verdad de mi amor ahora la sé:
vencía su presencia la imperfección del hombre,
pues es atroz pensar
que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,
y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,
su claridad, la dolorida flor de la experiencia,
la bondad misma.
Importantes sucesos que nunca descubrimos,
o descubrimos tarde.
Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,
movida luz, honda frescura;
y el daño nos descubre su seca falsedad.

La verdad de mi amor sabedla ahora:
la materia y el soplo se unieron en su vida
como la luz que posa en el espejo
(era pequeña luz, espejo diminuto);
era azarosa creación perfecta.
Un ser en orden crecía junto a mí,
y mi desorden serenaba.
Amé su limitada perfección.

Francisco Brines (1935- )

(Escucha al propio autor recitando su poema)

lunes, 26 de octubre de 2009

Talens, Jenaro. Monólogo en Colfax Avenue.


Monólogo en Colfax Avenue

Estas palabras que te escribo
piensan de modo diferente
y en otras cosas que no son tú y yo.
Pero es difícil rehuirlas. Vienen
para negarme la mudez, ser carne,
aún sabiéndose infieles
porque no son espejos, ni conocen
el temblor que te invade cuando duermes
desnuda junto a mí. No sé decirlo
y, sin embargo, ellas acuden siempre
y te acarician. Las palabras son
mi forma de estar solo y ofrecerte
una pequeña sensación, un gesto
sin importancia. Tómalas. No mienten.
Son como son. No buscan la agonía,
pero tampoco eluden convertirse en muerte,
dar testimonio sin venir a mí,
ser ellas mismas aunque yo las niegue.
Si mis palabras no hablan del amor, es sólo
porque piensan de modo diferente.

De "Tabula rasa" (1985)
Jenaro Talens (1946 - )

Otros poemas del autor en:

domingo, 25 de octubre de 2009

De Góngora, Luis. "De pura honestidad templo sagrado..."


De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.



Escucha el poema en
Biblioteca Virtual Cervantes

sábado, 24 de octubre de 2009

De Alcázar, Baltasar. Yo acuerdo revelaros un secreto...


Yo acuerdo revelaros un secreto
en un soneto, Inés, bella enemiga;
mas, por buen orden que yo en éste siga,
no podrá ser en el primer cuarteto.

Venidos al segundo, yo os prometo
que no se ha de pasar sin que os lo diga;
mas estoy hecho, Inés, una hormiga,
que van fuera ocho versos del soneto.

Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado,
que teniendo el soneto ya en la boca
y el orden de decillo ya estudiado,

conté los versos todos y he hallado
que, por la cuenta que a un soneto toca,
ya este soneto, Inés es acabado.

Baltasar de Alcázar (1530-1606)

(Lee y escucha otros poemas de este autor)

viernes, 23 de octubre de 2009

Bautista, Amalia. Desnudo de mujer.


Para ti nunca fui más que un pedazo
de mármol. Esculpiste en él mi cuerpo,
un cuerpo de mujer blanco y hermoso,
en el que nunca viste más que piedra
y el orgullo, eso sí, de tu trabajo.
jamás imaginaste que te amaba
y que me estremecía cuando, dulce,
moldeabas mis senos y mis hombros,
o alisabas mis muslos y mi vientre.
Hoy estoy en un parque, donde sufro
los rigores del frío en el invierno,
y en verano me abraso de tal modo
que ni siquiera los gorriones vienen
a posarse en mis manos porque queman.
Pero, de todo, lo que más me duele
es bajar la cabeza y ver la placa:
«Desnudo de mujer», como otras muchas.
Ni de ponerme un nombre te acordaste.

Amalia Bautista (1962-)

Escucha el poema recitado por la propia autora:


jueves, 22 de octubre de 2009

Atencia, Mª Victoria. Como un roce en sus labios.

Que alguien pase mis páginas,
pues que debo perderme en la oscura raíz de mi arboleda.
Puedo escuchar cómo gime el silencio
y ya soy sólo un roce en sus labios,
aunque el escribidor de versos
sólo sea alguien que habla de cosasque no entiende.

Que me recorra un soplo y pueda yo alcanzar,
sin que quizás me entienda,
a escribir cada día una línea distinta,
para inventar la vida que me falta,
y me aprenda,
y me olvide,
pues me sé de memoria después de tantos años.

No deteriora el tiempo la belleza:
la perfecciona
en otra manera de hermosura.

("De pérdidas y adioses", 2005)

Mª Victoria Atencia (1931- )

(Fuente: Palacio de los Patos - Granada)

miércoles, 21 de octubre de 2009

D'Ors, Miguel. Quod erat demonstrandum.


Nel mezzo del cammin di nostra (bueno,
ya sé que a estas alturas
—año 44 de mi vida—
este comienzo peca de notorio optimismo,
pero también es cierto
que nadie negará su calidad estética,
comprobada a lo largo de casi siete siglos,
y como, encima, corren vientos culturalistas
y céfiros sutiles
de intertextualidad, miel sobre hojuelas);
como estaba diciendo, a estas alturas
en que ya tengo claro, irreversiblemente,
lo que nunca seré,
o, con otras palabras, habiendo descubierto
que Dios no me introdujo en Su Creación
para ser el primero de la clase, ni el hijo
que mis padres soñaron, ni el hermano modelo;
con certeza absoluta
de que el papel (ahora un ligero toque
calderoniano) que me fue asignado
en este Gran Teatro
por su Divino Autor no era el de campeón
olímpico de nada, ni el de buen alpinista
—y mira que lo siento—,
ni el de príncipe azul de la que es mi mujer
(ni, por lo visto, de ninguna otra),
ni el de papá perfecto; ya sabido
definitivamente
que tampoco nací para ser un maestro
de la Filología, ni siquiera —según
consta en cierto expediente más o menos gallego
(aunque no de Galicia, y yo me entiendo)—
un mero catedrático de una Universidad
pobre, torpe, mezquina y, por si fuera poco,
además española,
y que a la Poesía —libros cantan
(es un decir, porque cantar, lo que se dice
cantar, poquita cosa)—
le soy perfectamente prescindible;
y no teniendo grandes
(ni siquiera medianas) perspectivas
en el corto horizonte que me espera
(porque mucho me temo que la nieve
de Wyoming se quede como estaba
y que a los yanomanis tenga que seguir viéndolos
silenciados, inmóviles y planos
en National Geographic,
y en cuanto al jazz, es superimposible
que llegue a parecerme —ni a cincuenta kilómetros
de distancia— a Louis Armstrong, Duke Ellington o el Pájaro,
sin olvidar el conocido hecho
de que a todas mis buenas intenciones
les sale siempre al paso miguel d’ors
y lo echa a perder todo),
no le encuentro a mi vida otro motivo
(la causa, en escolástico, finalis),
otra razón de ser, otro sentido
que cumplir el designio
que Dios trazó desde antes del comienzo del tiempo
—Él sabrá Sus porqués—
de soltar por el mundo a un tontolaba
químicamente puro.
Designio inescrutable y sagrado, que acepto,
alabo y agradezco. Y que, modestia aparte
pero franqueza no, no voy siguiendo
del todo mal: cuando la muerte venga
—ahora Jorge Manrique— a llamar a mi puerta,
por lo menos podré decir: «Misión cumplida:
fui el fracaso perfecto.»

(De "El misterio de la felicidad", 2009)

Miguel D'Ors (1946 - )

DÓrs, Miguel. Esposa.

Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Alguien que está fuera del tiempo, siempre
detrás del invisible umbral del aire.

(De "Chrónica", 1982)

Miguel D'Ors (1946 - )

D'Ors, Miguel. Es lo que llaman gloria.


Desconocidos que te escriben cartas.
En tus versos, confiesan -entre un torpe amasijo
de entusiasmo, inocencia y metáforas ciegas-,
reconocen su vida.

Muchachos que han quemado unos pedazos
de sus mejores años componiendo,
con la más despiadada sinceridad, poemas
tuyos (que te parecen tan mediocres
como los tuyos tuyos).

Antologizadores que te ponen,
como ropas extrañas, adjetivos,
etiquetas, propósitos que jamás soñarías.

Amigas de tus hijas que te estudian en Lengua
y que tienen que hacer un comentario
de texto (¿o cementerio?) y te preguntan
sobre las estructuras.

Hispanistas que vienen a enseñarte quién eres.

Y tú siempre dudando -y dudando tus dudas-
si es que ellos no se enteran
de nada, o si tal vez están burlándose
de ti, confabulados
en una broma cósmica (pero esto me parece
demasiada crueldad para ser verosímil),
o si acaso -y entonces eres tú
quien no se entera- de tu boca sale
la voz incandescente de un algún ángel
-pero esto es ya ponerse demasiado sublime-.

Sólo hay dos cosas claras:
que por alguna parte hay un malentendido
y que todo este embrollo
es lo que llaman Gloria.

De "Poesías escogidas"

Miguel D'Ors (1946- )

D'Ors, Miguel. Por favor.


Se van muriendo uno tras otro
como en las películas de náufragos
o de aviones estrellados en neveros incógnitos.

Sucumbió el portero de fútbol catequístico
y el bailarín de valses bajo la luz periódica de un faro

y el estudiante que sueña
un verano arqueológico en Egipto

y el insensato que sufre por unos ojos
que eran una sucursal del Cantábrico

y el posible profesor de español en Colorado.

Ahora está agonizando -es evidente- el aspirante a gran poeta
y no vivirá mucho el montañero que conoce por sus nombres
todas las aguas de Belagua y Zuriza.

No sé cuáles serán los supervivientes definitivos,
los miguel d'ors que lleguen a la última secuencia
-que según los antiguos es el paso de un río-,
pero le pido al Cielo que en aquel grupo esté, por favor,
el muchacho que una tarde,
mirándote mirar el escaparate de la librería Quera
en la calle Petritxol de Barcelona,
empieza a enamorarse de ti como un idiota.

(De "Hacia otra voz más pura"
, 1999) Miguel D'Ors (1946- )

Su concepción poétíca

De Herrera, Fernando. Ardiente hebras do se ilustra el oro.


Ardientes hebras do se ilustra el oro,
de celestial ambrosía rociado
tanto mi gloria sois y mi cuidado
cuanto sois del amor mayor tesoro,

luces que al estrellado y alto coro
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado
tanto humildemente os honro más y adoro.

Purpúreas rosas, perlas de Oriente,
marfil terso y angélica armonía,
cuanto os contemplo tanto en vos me inflamo

y cuanta pena el alma por vos siente
tanto es mayor valor y gloria mía,
y tanto os temo cuanto más os amo.

Fernando de Herrera (1534-1597)

martes, 20 de octubre de 2009

Lope de Vega, Félix. "Ir y quedarse..."


Ir y quedarse y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer del cielo y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir pues resta sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.

Félix Lope de Vega (1562-1635)

Biblioteca Virtual Cervantes

lunes, 19 de octubre de 2009

Menassa, Alejandra. Oda a la poesía.

Tú: la forma más pura del lenguaje.
Eres un hombre lúbrico y su semen.
Tú: decantación de la humana historia o su milagro,
su sostén y sus alas,
único acercamiento posible a lo indecible.
Refulgentes como astros se alzan de la tumba
tus poetas, los que moran en tu vientre,
los que haces nacer en plena página,
aquellos que pares cada día a la luz rosada del poniente.
Te arrastras por el barro con el soldado,
te me vuelas de noche con las trapecistas
gozas en la cama de las meretrices,
acompañas insomne las noches de trabajo del galeno,
te pierdes en la luz insistente de la fábrica,
en la luz tenue de los teatros,
en la luz cefálica de las minas.
Haces girar el mundo con tu ritmo,
con tus exhalaciones se pueblan las cantinas,
en tu sangre laten el poeta, el sacerdote y el mendigo.
El agujero por donde se entra al mundo,
no es ese que el pincel de Courbet inmortaliza;
son tus brazos ahuecando la muerte para que el poeta nazca,
son tus piernas abriéndose a la noche para exhalar su alma.
Eres del hombre, su diamante,
su gema maravillosa, pero también, el resto del lenguaje;
desperdicio, vacío que lo hace nacer,
el epitafio del sentido,
la muerte de la razón,
la burla de la carne.
Dama inmortal, hombre sacrílego,
muere el dolor acuchillado, en tu presencia.

Alejandra Menassa de Lucia

Otros poemas de Alejandra Menassa

domingo, 18 de octubre de 2009

De Espronceda, José. Canto a Teresa.


Canto a Teresa

II

A Teresa. Descansa en paz.
(Fragmento)

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
de un corazón, que penas a millares,
¡ay! desgarraron, y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh! ¡dichosos mil veces! sí,dichosos
los que podéis llorar y ¡ay! sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos,
¡ahogar me siento en infernal tortura!
¡Retuércese entre nudos dolorosos
mi corazón gimiendo de amargura! …
También tu corazón hecho pavesa,
¡ay! lleg6 a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú, embriagada en mi amor, yo, en tu hermosura,
las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

(De “El diablo mundo”)

José de Espronceda (1808-1842)

sábado, 17 de octubre de 2009

Colinas Antonio. Signos en la piedra.



Sigue la senda de las piedras musgosas,
la que conduce a la gran roca,
a la raíz del ara, 
a la raíz eterna
del tiempo.
Mira la nieve humilde de la cima
tutelar,
donde se cierra el círculo
que se abriera en tu infancia,
donde se abre la noche del ser
en la luz que es más luz,
donde ya no hay preguntas
ni respuestas.    

En esa nieve posa tus dos ojos.
Luego, pósalos en el ara
y respira profundo.
Posa también tus manos:
que se aquieten tus manos como palomas,
que echen raíces 
en el silencio helado de la piedra.
Verás en ella señales muy leves,
signos dictados por el firmamento,
los símbolos de un tiempo infinito
que va huyendo de ti,
mas que a la vez está en tu interior:
revelación del alma que no muere.    

No podrás ir más allá.
No debes ir más allá.

(De "Desiertos de la luz", 2008)

Escucha recitar su poema al propio Antonio Colinas


viernes, 16 de octubre de 2009

De Quevedo, Fco. A Dafne, huyendo de Apolo.


Tras vos, un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del Sol y de la luz huyendo.

Él os quiere gozar, a lo que entiendo,
si os coge en esta selva tosca y ruda:
su aljaba suena, está su bolsa muda;
el perro, pues no ladra, está muriendo.

Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
cargado de bochornos y cometas."

Esto la dije; y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras.

Francisco de Quevedo (1580-1645)

jueves, 15 de octubre de 2009

Alas Mínguez, leopoldo. Apocalipsis.


Apocalipsis

Sociedad de náufragos que exhiben sus naufragios.
Enjambres de pequeños egos
o máquinas de reclamar afecto.
Con una sed obscena de protagonismo
el hombre masa proclama
a la desesperada su individualismo.
Demasiados mensajes
como para leer ni tan sólo uno de ellos.
No existe el receptor de tantos emisores.
Al menos las plegarias se las hacían a un Dios.
Pero no hay público para tanto artista
ni penitencia posible para tantas confesiones.

¡Si nos dejaran descansar a los unos de los otros!
Cuánta paz encuentro en recogerme y en aislarme
de esa red de intromisiones constantes: por la calle,
en las pantallas, al teléfono.
Bajo a buscar provisiones y enseguida vuelvo a casa.
Fuera hay demasiadas vanidades,
un exceso de sujetos sin objeto.
Dentro puedo no hacer, no pensar,
no preguntar ni responder,
ni mostrarme ni ocultarme.
Entre estas paredes, que son más de cuatro,
puedo no explicarme nada ni explicárselo a nadie.
Puedo descansar de los sentimientos y del deseo.

Me agotan las agonías
de tantas personas insustanciales
y me rompe la dolorosa manía
que tienen nuestros mejores amigos
de morir de uno en uno.
Ahora sabemos que nadie vendrá a rescatarnos.

Este poema está tomado del blog del autor,
una casa deshabitada después de su muerte,
pero que nos espera abierto de par en par,
siempre amigo, hospitalario, humano...

Leopoldo Alas Mínguez (La Rioja, 1962-2008)

miércoles, 14 de octubre de 2009

Darío, Rubén. A Margarita Debayle.


Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes.

Un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti.
Cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?"

La princesa no mentía,
y así, dijo la verdad:
"Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad."

Y el rey clama: "¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar."

Y dice ella: "No hubo intento:
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté."

Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver."

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el buen Jesús.

Y así dice: "En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí."

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesa está bella,
pues ya tiene el prendedor,
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento

Ya que lejos de mí vas a estar
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

(1908)

Margarita Debayle a los 16 años

martes, 13 de octubre de 2009

Rodríguez, Silvio. El breve espacio en que no estás.


Todavía quedan restos de humedad.
Sus olores llenan ya mi soledad.
En la cama su silueta
se dibuja cual promesa
de llenar el breve espacio en que no está.
Todavía yo no sé si volverá.
Nadie sabe al día siguiente lo que hará.
Rompe todos mis esquemas.
No confiesa ni una pena,
no me pide nada a cambio de lo que da.
Suele ser violenta y tierna.
No habla de uniones eternas,
más se entrega cual si hubiera
sólo un día para amar.
No comparte una reunión
más le gusta la canción
que comprometa su pensar.
Todavía no pregunté: te quedarás.
Temo mucho la respuesta de un jamás.
La prefiero compartida
antes que vaciar mi vida.
No es perfecta mas se acerca a lo que yo
simplemente soñé.

(Pablo Milanés - Silvio Rodriguez)


lunes, 12 de octubre de 2009

Sabines, Jaime. Uno es el hombre,



Uno no sabe nada de esas cosas
que los poetas, los ciegos, las rameras
llaman misterio, temen y lamentan.
Uno nació desnudo, sucio,
en la humedad directa,
y no bebió metáforas de leche,
y no vivió sino en la tierra
(La tierra que es la tierra y es el cielo
como la rosas rozadero piedra).

Uno apenas es una cosa cierta
que se deja vivir, morir apenas,
y olvida cada instante, de tal modo
que cada instante, nuevo lo sorprenda.

Uno es algo que vive,
algo que busca pero encuentra,
algo como hombre o como Dios o yerba
que en el duro saber lo de este mundo
halla el milagro en actitud primera.

Fácil tiempo ya, fácil la muerte,
fácil y rigurosa y verdadera
toda intención de amor que nos habita
y toda soledad que nos perpetra.
Aquí esta todo, aquí. Y el corazón aprende
-alegría y dolor-toda presencia;
el corazón constante, equilibrado y bueno,
se vacía y se llena.

Uno es el hombre que anda por la tierra
y descubre la luz y dice: es buena,
la realiza en los ojos y la entrega
en la rama del árbol, al río, a la cuidad,
al sueño, a la esperanza y ala espera.

Uno es ese destino que penetra
la piel de Dios a veces,
y se confunde en todo y se dispersa.

Uno es el agua de la sed que tiene,
el silencio que nuestra lengua,
el pan, la sal, y la amorosa urgencia
de aire movido en cada célula.

Uno es el hombre-lo han llamado hombre-
que lo ve todo abierto, y calla y entra.

Jaime Sabines (1926-1999)


domingo, 11 de octubre de 2009

Bautista, Amalia. ¿Qué haces aquí?


Creía que te había dicho adiós,
un adiós contundente, al acostarme,
cuando pude por fin cerrar los ojos
y olvidarme de ti y de tus argucias,
de tu insistencia, de tu mala baba,
de tu capacidad para anularme.
Creía que te había dicho adiós
del todo y para siempre, y me despierto
y te encuentro de nuevo junto a mí,
dentro de mí, abarcándome , a mi vera,
invadiéndome, ahogándome, delante
de mis ojos, enfrente de mi vida,
debajo de mi sombra, en mis entrañas,
en cada pulso de mi sangre, entrando
por mi nariz cuando respiro, viendo
por mis pupilas, arrojando fuego
en las palabras que mi boca dice.
Y ahora, ¿qué hago yo?, ¿ cómo podría
desterrarte de mí o acostumbrarme
a convivir contigo? Empezaremos
por demostrar modales impecables.
Buenos días, tristeza.

Escucha aquí otros poemas recitados por la propia autora

sábado, 10 de octubre de 2009

García Lorca, Federico. El lagarto está llorando...

A Mademoiselle Teresita Guillén
tocando un piano de siete notas.

El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer
su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay, cómo lloran y lloran!,
¡ay! ¡ay! ¡cómo están llorando!

Federico García Lorca (1898-1936)

viernes, 9 de octubre de 2009

Machado, Antonio. Las moscas.


Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces,
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
- que todo es volar -, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

Antonio Machado (1875-1939)

jueves, 8 de octubre de 2009

Mestre, Juan Carlos. Lugar

LUGAR

Aquí, bajo el número exacto de estas sílabas, yace un río de adelfas de marfil y caballos oscuros que tortura el deseo.

Esta es la casa de los taxidermistas, el pabellón de las enfermeras y los matemáticos, de todos los que tienen obsesiones blancas bajo los sauces de la vejez y el remordimiento.

Pero esta es también la cueva de los cazadores y los bellos animales que se desangran melancólicamente cerca del fuego frío de la muerte.

Esta es la atmósfera del aparecimiento, el hielo desnudo de ese cuerpo que yace en la ermita entre dos frascos con flores.

Aquí cada palabra, cada gota de tristeza arrancada a la nada, es una medalla de diamante perfecto, la consolación, el vértigo que entregas de tus pasos a otro al acercarte al vacío.

Este es el poema, el resplandor erigido en la libertad de la jaula, la cicatriz en la médula de este tiempo que pasa sin duración en nosotros.

La poesía ha caído en desgracia, 1992 .

Juan Carlos Mestre (León, 1955- )

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miércoles, 7 de octubre de 2009

Sabines, Jaime. Me dueles.


Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.

Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.

Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.

¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.

Jaime Sabines (1926-1999)

(Escucha el poema recitado por el propio Sabines)

martes, 6 de octubre de 2009

Kishwar Naheed. Nosotras, mujeres pecadoras.


Somos nosotras, mujeres pecadoras,
quienes no sentimos temor ante la
grandeza de aquellos, los señores de hábito.
Quienes no vendemos nuestras vidas,
quienes no inclinamos la cabeza,
ni juntamos nuestras manos en señal de devoción.

Somos nosotras, mujeres pecadoras;
mientras aquellos que venden la cosecha de nuestros cuerpos,
se exaltan, se vuelven distinguidos,
se convierten en simples príncipes del mundo material.

Somos nosotras, mujeres pecadoras,
quienes salimos levantando la bandera de la verdad
contra la barricada de mentiras esparcida sobre las avenidas;
quienes encuentran historias de persecución
apiladas en cada umbral,
quienes se dan cuenta que esas
lenguas que podrían hablar,
han sido cercenadas.

Somos nosotras, mujeres pecadoras.
Incluso si la noche nos persigue
estos ojos no habrán de apagarse.
No insistan en volver a levantar
la pared ya construida.

Somos nosotras, mujeres pecadoras,
quienes no sentimos temor ante la
grandeza de aquellos, los señores de hábito.
Quienes no vendemos nuestros cuerpos,
quienes no inclinamos la cabeza,
ni juntamos nuestras manos en señal de devoción.

(Fuente: XIX Festival Internacional de Poesía de Medellín)

Kishwar Naheed (Pakistán, 1940)

lunes, 5 de octubre de 2009

Vilariño, Idea. Cuando compre un espejo...


Cuando compre un espejo para el baño
voy a verme la cara
voy a verme
pues qué otra manera hay decíme
qué otra manera de saber quién soy.
Cada vez que desprenda la cabeza
del fárrago de libros y de hojas
y que la lleve hueca atiborrada
y la deje en reposo allí un momento
la miraré a los ojos con un poco
de ansiedad de curiosidad de miedo
o sólo con cansancio con hastío
con la vieja amistad correspondiente
o atenta y seriamente mirarme
como esa extraña vez-mis once años-
y me diré mirá ahí estás
seguro
pensaré no me gusta o pensaré
que esa cara fue la única posible
y me diré esa soy yo ésa es idea
y le sonreiré dándome ánimos.

Idea Vilariño (1920-2009)

Antología

domingo, 4 de octubre de 2009

Marzal, Carlos. El aprendiz de espumas.



Yo conduje a mi niño hasta la orilla,
y él me condujo a mí,
más niño suyo.
Lo conducente, al fin, lo conducido.

Hasta entonces,
anduvo ensimismado
en tormentas de arena,
en castillos de almenas imposibles.
Con su pala y su cubo, en ramblas breves.

La media tarde se alumbraba oblicua
con dócil resplandor. El mundo en torno
brindaba a aquel volumen mansedumbre,
sin la laceración del mediodía.

El mar y el niño se observaron tensos,
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
recelosos,
en una esgrima tácita.

Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.

Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.

Así fue cómo el aprendiz de espumas
se hizo doctor en olas, erudito
en los cantos rodados, en los nácares,
en los azules yodos intangibles.

Yo me atuve a mi asombro,
pobre adulto.
¿Por qué,
si fuimos dueños, no lo somos?
¿Por qué,
si lo supimos, no sabemos?

¿Adónde fue a parar el paraíso?

Carlos Marzal (1961-)

sábado, 3 de octubre de 2009

Bautista, Amalia. Caperucita Roja.


Al otro lado de este bosque inmenso
me espera el mundo. Todo lo que he visto
sólo en mis sueños tiene que esperarme
al otro lado de este bosque. Es hora
de ponerme en camino, aunque el viaje
se lleve varios años de mi vida.
De pronto escucho aullar la voz de siempre,
la que siempre ha logrado detenerme:
"Al otro lado de este bosque, niña,
sólo espera la casa en la que mueres".

Amalia Bautista (1962-)

Escucha el poema recitado por la propia autora


viernes, 2 de octubre de 2009

Caballero Bonald, José Manuel. Versículo del Génesis.


Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.

Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.

Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.

Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.

(De "Las adivinaciones", 1952)

José Manuel Caballero Bonald (1926- )

(Antología, Biografía, Bibliografía y enlaces en
Cervantes Virtual)

jueves, 1 de octubre de 2009

Crémer, Victoriano. Cansancio.



A tu embate me rindo. Ya no lucho
por conseguir tu beso. Estoy cansado,
y a través de la carne luminosa
he conseguido ver. Saber de ti.

Tú, tan remota, tan alejada siempre
del caudal de esta sangre, te has entrado
como un viento en las venas y tu furia
desordenó la gracia de mis trigos.

Me llegan las palabras, de ti misma,
y en ti, cuajada, queda la mirada.
Soy un ajeno mármol que rechaza
tus calientes caricias de pantera.

Perseguías girar en mis hogueras,
azotarte en mis llamas, reclinarte
sumisa entre mis cardos violentos,
mientras la sangre choca y se devela.

Pero ya no es posible. Estoy cansado;
seco como una estrella. Ya no lucho.
Sonrío, contemplando hombres de sueño,
buscándote en callejas temerarias.

Victoriano Crémer (1907 - 2009)