lunes, 31 de agosto de 2009

Machado, Antonio. Mis poetas.

El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
que yendo en romería acaeció en un prado,
ya quien los sabios pintan copiando un pergamino.
Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa Maria.
y a San Millán, ya San Lorenzo y Santa Oria.
y dijo: mi dictado non es de juglaría ;
escrito lo tenemos ; es verdadera hÍstoria.
Su verso es dulce y grave; monótonas hileras
de chopos invernales, en donde nada brilla ;
renglones como surcos en pardas sementeras,
y lejos, las montañas azules de Castilla.
El nos cuenta el repaire del romeo cansado ;
leyendo en santorales y libros de oración,
copiando historias viejas, nos dice su dictado,
mientras le sale afuera la luz del corazón.

(De "Campos de Castilla")
(Consultar comentario del poema)

Antonio Machado (1875-1939)


domingo, 30 de agosto de 2009

Alberti, Rafael. Balada para los poetas andaluces de hoy.


¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?
¿Qué miran los poetas andaluces de ahora?
¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?

Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde están los hombres?
con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?
con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?

Cantan, y cuando cantan parece que están solos.
Miran, y cuando miran parece que están solos.
Sienten, y cuando sienten parecen que están solos.

¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?
¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie?

¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?
¿Quién mire al corazón sin muros del poeta?
¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?

Cantad alto. Oireis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.

No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo.
encerrado. Su canto asciende a más profundo
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.

Rafael Alberti (1902-1999)

(Escucha la versión de Aguaviva)

sábado, 29 de agosto de 2009

De Samaniego, Félix Mª. La cigarra y la hormiga.



Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del preciso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo y sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
le dijo: "Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme,
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo"
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
"¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?"
"Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento"
"¡Hola! ¿con que cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo"

Félix María de Samaniego (1745-1801)

Más fábulas de Samaniego

(Escucha La cigarra y la hormiga)



viernes, 28 de agosto de 2009

Alberti, Rafael. A blas de Otero.


Blas, sí,
Todo un hombre,
Blas.

Hoy pienso en ti.
¿Dónde estás?
Donde estés, allí estoy,
donde vayas, allí voy,
Blas de Otero,
nuevo hermano,
por tu mismo derrotero.
Ángel fieramente humano.
Alas con plumas de acero.

Blas,
¿me sientes donde tú estás?

Rafael Alberti (1902-1999)

jueves, 27 de agosto de 2009

Altolaguirre, Manuel. Para alcanzar la luz.


Dicen que soy un ángel
y, peldaño a peldaño,
para alcanzar la luz
tengo que usar las piernas.

Cansado de subir, a veces ruedo
(tal vez serán los pliegues de mi túnica),
pero un ángel rodando no es un ángel
si no tiene el honor de llegar al abismo.

Y lo que yo encontré en mi mayor caída
era blando, brillante;
recuerdo su perfume,
su malsano deleite.

Desperté y ahora quiero
encontrar la escalera,
para subir sin alas
poco a poco a mi muerte.

De: Nuevos poemas

Manuel Altolaguirre (1905-1959)

Escucha el poema recitado por Juan Rejano

miércoles, 26 de agosto de 2009

Zorrilla, José. A buen juez mejor testigo.


(Zorrilla cuenta que el soldado Diego Martínez, antes de partir a las guerras de Flandes, promete a su novia Inés de Vargas que al regreso se casará con ella ante la imagen del Cristo de la Vega. Pasa un día y otro día, un mes y otro y el soldado vuelve convertido en el capitán don Diego, pero la idea de casarse la desecha por completo. Inés de Vargas apela entonces a la justicia para que don Diego cumpla la promesa que hizo, y pone al Cristo por testigo que presenció la promesa del capitán. Van pues a tomar juramento a tan singular testigo el gobernador con sus jueces y guardias...)

Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara;
hacia la severa imagen
un notario se adelanta,
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez;
al otro lado, a Inés de Vargas;
detrás el gobernador
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
la acusación entablada
el notario a Jesucristo
así demandó en voz alta:
-Jesús, hijo de María,
ante nos esta mañana
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas
¿juráis ser cierto que un día
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y endida palma,
y allá en los aires "¡Sí, juro!"
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa
Los labios tenía abiertos
y una mano desclavada.

(lee el poema completo y otras obras de Zorrilla en
Biblioteca Virtual Cervantes)

José Zorrilla (1817-1893)


(El Cristo de la Vega.
Basílica de Santa Leocadia, Toledo)

martes, 25 de agosto de 2009

Alberti, Rafael. Égloga fúnebre (A la memoria de Miguel Hernández)


A la memoria de Miguel Hernández.

Voz 1: Antonio Machado
Voz 2: Federico García Lorca
Voz 3: Miguel Hernández.
Un toro.

* * *

(Lo que ya sucedió y aquí sucede
sucede todo junto a un lento río
donde flota la vida de la muerte.
La tierra que divide ya no es tierra,
que es taladro, garganta solamente
para tragar la muerte de la vida,
para tapar la vida de la muerte.
Lo que pasa por él es lo que pasa,
lo que enmudece en él, lo que enmudece.
Si la vida no vive, en él no vive;
si sí la muerte, en él sólo la muerte.
Fijo en sus ondas, que no van al mar;
Fijo en su brisa, que ni va ni viene.
Crecido sólo si la vida baja,
sólo crecido si la muerte crece.)

...

Voz 1

Yo fui "aprendiz de ruiseñor".

Voz 2

Mi frente
lo fue de montes y cabalgaduras.

Voz 3

Yo vine a ser, vine a nacer simiente,
bulbo, raíz, tirón para el arado.

Voz 1

Mi canto, estopa.

Voz 2

El mío, escarpaduras.

Voz 3

De tierra, el mío, por desterrado.

(Un toro derribado,
junto a la orilla,
herido.
Su piel son agujeros
de sangre rota y penas,
por los que asoma y brilla
entumecido
un pasado de azules ganaderos
hoy de mordaza y de cadenas.)

Rafael Alberti (1942)

Leer la Égloga completa

lunes, 24 de agosto de 2009

García Lorca, Federico. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Cuerpo presente.


La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados,
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿que pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen donde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

Federico García Lorca (1898-1936)


(Retrato de Ignacio Sánchez Mejías)


Escucha la recitación de Carmen Feito


Ilustración de Picasso para una edición del poema

domingo, 23 de agosto de 2009

García Lorca, Federico. Vídeo llanto por Federico


García Lorca en la Biblioteca Virtual Cervantes

Fundación Federico García Lorca

Museo casa natal del poeta: Huerta de san Vicente

Lee y escucha poemas de García Lorca en La Palabra Virtual
recitados por Rafael Alberti y Laura Castanedo
(musicados por Carlos Chávez y Alberto Ubach)

Federico García Lorca, vida y obra (con enlaces a otros sitios de interés)

Obra completa digitalizada de F.García Lorca


sábado, 22 de agosto de 2009

Cernuda, Luis. A un poeta muerto (F.G.L.)

Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.

Como leve sonido:
hoja que roza un vidrio,
agua que acaricia unas guijas,
lluvia que besa una frente juvenil;

Como rápida caricia:
pie desnudo sobre el camino,
dedos que ensayan el primer amor,
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

Como fugaz deseo:
seda brillante en la luz,
esbelto adolescente entrevisto,
lágrimas por ser más que un hombre;

Como esta vida que no es mía
y sin embargo es la mía,
como este afán sin nombre
que no me pertenece y sin embargo soy yo;

Como todo aquello que de cerca o de lejos
me roza, me besa, me hiere,
tu presencia está conmigo fuera y dentro,
es mi vida misma y no es mi vida,
así como una hoja y otra hoja
son la apariencia del viento que las lleva.

Como una vela sobre el mar
resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

Luis Cernuda (1902-1963)