martes, 20 de octubre de 2009

Lope de Vega, Félix. "Ir y quedarse..."


Ir y quedarse y con quedar partirse,
partir sin alma, e ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer del cielo y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir pues resta sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.

Félix Lope de Vega (1562-1635)

Biblioteca Virtual Cervantes

lunes, 19 de octubre de 2009

Menassa, Alejandra. Oda a la poesía.

Tú: la forma más pura del lenguaje.
Eres un hombre lúbrico y su semen.
Tú: decantación de la humana historia o su milagro,
su sostén y sus alas,
único acercamiento posible a lo indecible.
Refulgentes como astros se alzan de la tumba
tus poetas, los que moran en tu vientre,
los que haces nacer en plena página,
aquellos que pares cada día a la luz rosada del poniente.
Te arrastras por el barro con el soldado,
te me vuelas de noche con las trapecistas
gozas en la cama de las meretrices,
acompañas insomne las noches de trabajo del galeno,
te pierdes en la luz insistente de la fábrica,
en la luz tenue de los teatros,
en la luz cefálica de las minas.
Haces girar el mundo con tu ritmo,
con tus exhalaciones se pueblan las cantinas,
en tu sangre laten el poeta, el sacerdote y el mendigo.
El agujero por donde se entra al mundo,
no es ese que el pincel de Courbet inmortaliza;
son tus brazos ahuecando la muerte para que el poeta nazca,
son tus piernas abriéndose a la noche para exhalar su alma.
Eres del hombre, su diamante,
su gema maravillosa, pero también, el resto del lenguaje;
desperdicio, vacío que lo hace nacer,
el epitafio del sentido,
la muerte de la razón,
la burla de la carne.
Dama inmortal, hombre sacrílego,
muere el dolor acuchillado, en tu presencia.

Alejandra Menassa de Lucia

Otros poemas de Alejandra Menassa

domingo, 18 de octubre de 2009

De Espronceda, José. Canto a Teresa.


Canto a Teresa

II

A Teresa. Descansa en paz.
(Fragmento)

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
de un corazón, que penas a millares,
¡ay! desgarraron, y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh! ¡dichosos mil veces! sí,dichosos
los que podéis llorar y ¡ay! sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos,
¡ahogar me siento en infernal tortura!
¡Retuércese entre nudos dolorosos
mi corazón gimiendo de amargura! …
También tu corazón hecho pavesa,
¡ay! lleg6 a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú, embriagada en mi amor, yo, en tu hermosura,
las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

(De “El diablo mundo”)

José de Espronceda (1808-1842)

sábado, 17 de octubre de 2009

Colinas Antonio. Signos en la piedra.



Sigue la senda de las piedras musgosas,
la que conduce a la gran roca,
a la raíz del ara, 
a la raíz eterna
del tiempo.
Mira la nieve humilde de la cima
tutelar,
donde se cierra el círculo
que se abriera en tu infancia,
donde se abre la noche del ser
en la luz que es más luz,
donde ya no hay preguntas
ni respuestas.    

En esa nieve posa tus dos ojos.
Luego, pósalos en el ara
y respira profundo.
Posa también tus manos:
que se aquieten tus manos como palomas,
que echen raíces 
en el silencio helado de la piedra.
Verás en ella señales muy leves,
signos dictados por el firmamento,
los símbolos de un tiempo infinito
que va huyendo de ti,
mas que a la vez está en tu interior:
revelación del alma que no muere.    

No podrás ir más allá.
No debes ir más allá.

(De "Desiertos de la luz", 2008)

Escucha recitar su poema al propio Antonio Colinas


viernes, 16 de octubre de 2009

De Quevedo, Fco. A Dafne, huyendo de Apolo.


Tras vos, un alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol, ¿y vos tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
pues vais del Sol y de la luz huyendo.

Él os quiere gozar, a lo que entiendo,
si os coge en esta selva tosca y ruda:
su aljaba suena, está su bolsa muda;
el perro, pues no ladra, está muriendo.

Buhonero de signos y planetas,
viene haciendo ademanes y figuras,
cargado de bochornos y cometas."

Esto la dije; y en cortezas duras
de laurel se ingirió contra sus tretas,
y, en escabeche, el Sol se quedó a escuras.

Francisco de Quevedo (1580-1645)

jueves, 15 de octubre de 2009

Alas Mínguez, leopoldo. Apocalipsis.


Apocalipsis

Sociedad de náufragos que exhiben sus naufragios.
Enjambres de pequeños egos
o máquinas de reclamar afecto.
Con una sed obscena de protagonismo
el hombre masa proclama
a la desesperada su individualismo.
Demasiados mensajes
como para leer ni tan sólo uno de ellos.
No existe el receptor de tantos emisores.
Al menos las plegarias se las hacían a un Dios.
Pero no hay público para tanto artista
ni penitencia posible para tantas confesiones.

¡Si nos dejaran descansar a los unos de los otros!
Cuánta paz encuentro en recogerme y en aislarme
de esa red de intromisiones constantes: por la calle,
en las pantallas, al teléfono.
Bajo a buscar provisiones y enseguida vuelvo a casa.
Fuera hay demasiadas vanidades,
un exceso de sujetos sin objeto.
Dentro puedo no hacer, no pensar,
no preguntar ni responder,
ni mostrarme ni ocultarme.
Entre estas paredes, que son más de cuatro,
puedo no explicarme nada ni explicárselo a nadie.
Puedo descansar de los sentimientos y del deseo.

Me agotan las agonías
de tantas personas insustanciales
y me rompe la dolorosa manía
que tienen nuestros mejores amigos
de morir de uno en uno.
Ahora sabemos que nadie vendrá a rescatarnos.

Este poema está tomado del blog del autor,
una casa deshabitada después de su muerte,
pero que nos espera abierto de par en par,
siempre amigo, hospitalario, humano...

Leopoldo Alas Mínguez (La Rioja, 1962-2008)

miércoles, 14 de octubre de 2009

Darío, Rubén. A Margarita Debayle.


Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes.

Un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti.
Cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?"

La princesa no mentía,
y así, dijo la verdad:
"Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad."

Y el rey clama: "¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar."

Y dice ella: "No hubo intento:
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté."

Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver."

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el buen Jesús.

Y así dice: "En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí."

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesa está bella,
pues ya tiene el prendedor,
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento

Ya que lejos de mí vas a estar
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

(1908)

Margarita Debayle a los 16 años

martes, 13 de octubre de 2009

Rodríguez, Silvio. El breve espacio en que no estás.


Todavía quedan restos de humedad.
Sus olores llenan ya mi soledad.
En la cama su silueta
se dibuja cual promesa
de llenar el breve espacio en que no está.
Todavía yo no sé si volverá.
Nadie sabe al día siguiente lo que hará.
Rompe todos mis esquemas.
No confiesa ni una pena,
no me pide nada a cambio de lo que da.
Suele ser violenta y tierna.
No habla de uniones eternas,
más se entrega cual si hubiera
sólo un día para amar.
No comparte una reunión
más le gusta la canción
que comprometa su pensar.
Todavía no pregunté: te quedarás.
Temo mucho la respuesta de un jamás.
La prefiero compartida
antes que vaciar mi vida.
No es perfecta mas se acerca a lo que yo
simplemente soñé.

(Pablo Milanés - Silvio Rodriguez)


lunes, 12 de octubre de 2009

Sabines, Jaime. Uno es el hombre,



Uno no sabe nada de esas cosas
que los poetas, los ciegos, las rameras
llaman misterio, temen y lamentan.
Uno nació desnudo, sucio,
en la humedad directa,
y no bebió metáforas de leche,
y no vivió sino en la tierra
(La tierra que es la tierra y es el cielo
como la rosas rozadero piedra).

Uno apenas es una cosa cierta
que se deja vivir, morir apenas,
y olvida cada instante, de tal modo
que cada instante, nuevo lo sorprenda.

Uno es algo que vive,
algo que busca pero encuentra,
algo como hombre o como Dios o yerba
que en el duro saber lo de este mundo
halla el milagro en actitud primera.

Fácil tiempo ya, fácil la muerte,
fácil y rigurosa y verdadera
toda intención de amor que nos habita
y toda soledad que nos perpetra.
Aquí esta todo, aquí. Y el corazón aprende
-alegría y dolor-toda presencia;
el corazón constante, equilibrado y bueno,
se vacía y se llena.

Uno es el hombre que anda por la tierra
y descubre la luz y dice: es buena,
la realiza en los ojos y la entrega
en la rama del árbol, al río, a la cuidad,
al sueño, a la esperanza y ala espera.

Uno es ese destino que penetra
la piel de Dios a veces,
y se confunde en todo y se dispersa.

Uno es el agua de la sed que tiene,
el silencio que nuestra lengua,
el pan, la sal, y la amorosa urgencia
de aire movido en cada célula.

Uno es el hombre-lo han llamado hombre-
que lo ve todo abierto, y calla y entra.

Jaime Sabines (1926-1999)


domingo, 11 de octubre de 2009

Bautista, Amalia. ¿Qué haces aquí?


Creía que te había dicho adiós,
un adiós contundente, al acostarme,
cuando pude por fin cerrar los ojos
y olvidarme de ti y de tus argucias,
de tu insistencia, de tu mala baba,
de tu capacidad para anularme.
Creía que te había dicho adiós
del todo y para siempre, y me despierto
y te encuentro de nuevo junto a mí,
dentro de mí, abarcándome , a mi vera,
invadiéndome, ahogándome, delante
de mis ojos, enfrente de mi vida,
debajo de mi sombra, en mis entrañas,
en cada pulso de mi sangre, entrando
por mi nariz cuando respiro, viendo
por mis pupilas, arrojando fuego
en las palabras que mi boca dice.
Y ahora, ¿qué hago yo?, ¿ cómo podría
desterrarte de mí o acostumbrarme
a convivir contigo? Empezaremos
por demostrar modales impecables.
Buenos días, tristeza.

Escucha aquí otros poemas recitados por la propia autora