Hijos nuestros que estáis en la tierra,
y seguiréis estando después de que nosotros estemos bajo ella,
recordados sean vuestros nombres
por haberlos llenado de esperanza,
pero tampoco os importe el olvido probable,
porque infinitos son los olvidados dignos de memoria.
El aire y el tiempo están llenos de nombres.
Cada generación los respira.
Haced en este mundo la esperanza vuestra y nuestra,
porque nadie la hará por vosotros
o al menos así como nosotros la intentamos.
Intentadla vosotros y pasadla más alta todavía.
Ganaos diariamente vuestro pan y vuestra vida
que nadie os ha de dar mientras tengan la vida y el pan dueño.
Pero no sólo el pan y la vida,
sino ganaos también la luz que los oscuros intentan apagar
e iluminad con ella la sombra nuestra de cada día.
Perdonadnos nuestras debilidades
y haced que su recuerdo os dé más fuerza,
porque nadie jamás os librara de nada
si no os libráis vosotros.
Y nada será construido en esta tierra
si no lo construyen vuestras manos,
así como otras manos han hecho por los siglos de los siglos.
Hijos nuestros que estáis en la tierra
y que seréis los padres de los hijos vuestros,
porque un día los hijos se harán padres
y todos los padres se harán padres de huérfanos
y los huérfanos tienen que hacerse padres de sí mismos
y padres de esta tierra hija del hombre,
de esta tierra terrible, hermosa, sin cielos
y sin padre.
Qué soledad terrible el momento de la orfandad final y definitiva, cuando uno finalmente comprende... y qué fiesta vital cuando uno a pesar de todo continúa, después de esa primera conciencia. Así diría Silvio Rodríguez:
ResponderEliminar"quedamos los que puedan sonreír, en medio de la muerte, en plena luz".
Hermosa y trascendente entrada, profe, que vas tocando las almas.
Un beso, en plena luz.